Científica titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Dolores Puga ha centrado su labor de investigación en los ámbitos de la demografía del envejecimiento y la sociología de la salud. Entre ellos, las estrategias residenciales y familiares, además de las condiciones de salud y bienestar en edades avanzadas. Autora de medio centenar de publicaciones, Puga ha publicado en las prestigiosas Archives of Gerontology and Geriatrics, Journal of Care Services Management o Population Research and Policy Review.
Además de consultora para el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía de Naciones Unidas (CELADE), Puga ha sido profesora invitada en instituciones internacionales como el Instituto de Gerontología de Suecia, la Academia Rusa de Ciencias, el Instituto Interdisciplinario Holandés de Demografía, el Centro Centroamericano de Población, el Colegio de México o el Instituto de Investigación Social Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.
Desde la declaración del estado de alarma por el covid19 no dejamos de escuchar que las personas más vulnerables ante esta situación son las personas mayores. ¿Cómo crees que están tratando esta situación los medios de comunicación? ¿Consideras que se está incurriendo en edadismo? ¿Por qué?
Creo que es complicado, pero que sería deseable, encontrar un equilibrio entre la necesaria veracidad y transparencia en la información y la transmisión de mensajes que no magnifiquen el miedo y el estigma. Por una parte, es necesario conocer cuáles son los segmentos de población más vulnerables, que precisan mayor protección, poder priorizar e, incluso, segmentar respuestas. Pero por otra parte la difusión de mensajes extremadamente simplificados, que aluden únicamente a la edad como factor de riesgo (en vez de a procesos de comorbilidad, cuya probabilidad aumenta con la misma, pero que ni son universales ni exclusivos de la población de edad) contribuyen a (re)fortalecer estigmas que llevamos décadas intentando superar. Me parecen todavía más graves los mensajes supuestamente “tranquilizadores” en los que se pone el acento en la edad de los afectados más graves o fallecidos, como si la pérdida fuese menor en función de la edad. Todas las vidas son valiosas. Todos los proyectos truncados son pérdidas irreparables. Cuando se fomenta la creencia de que determinado riesgo, de salud en este caso, sólo afecta a “otros”, no sólo estamos cometiendo una tremenda imprudencia, sino que corremos el peligro de estigmatizar colectivos de población.
Por otro lado, las residencias/entorno residencial también están en el punto de mira desde el principio. ¿Qué opinas sobre el enfoque con el que se está abordando la situación que están viviendo?
Me parece necesario denunciar situaciones inaceptables, como algunas que han salido a la luz. El peligro está en transmitir la idea de que es una situación generalizada. Dichas situaciones son, afortunadamente, excepcionales. El sector de las residencias, como tantos otros, muestra una enorme diversidad, siendo un sector que en las últimas décadas ha protagonizado una evolución hacia modelos de atención más centrados en la persona. Encontraremos, por tanto, un amplio abanico de estadios en dicha evolución y espacio para la mejora. Pero de ahí a estigmatizar a todo un sector que trabaja para mantener la calidad de vida en circunstancias muy difíciles en muchos casos, hay una distancia que deberíamos salvar.
Sin duda el confinamiento está llevando a muchas personas a sentir la soledad o la falta de relaciones de un modo más agudo que en toda su vida ¿Qué crees podemos aprender como sociedad de esta experiencia? ¿Cómo crees que afectará al ámbito de la lucha contra la soledad en el futuro?
Creo que las circunstancias actuales nos pueden llevar a comprender mejor cómo se sienten muchas personas cuando ven reducido su espacio de vida y sus redes de interacción social. Esta experiencia nos podría hacer más empáticos como sociedad. Si de ella aprendemos a no minimizar los sentimientos de soledad y a no culpabilizar a quien así se siente, habremos aprendido algo importante. Ojalá no se nos olvide.
«Esta experiencia nos podría hacer más empáticos como sociedad.»
Por otra parte, la excepcionalidad ha detonado reacciones de solidaridad que, en muchos casos nos han hecho descubrir a nuestros vecinos. Están surgiendo redes de vecindad y de apoyo intergeneracional entre vecinos que, en muchos casos, ni se conocían. En la medida que dichas redes puedan pervivir, aunque sea minimizadas, se habrá creado un recurso importante. Frente a la soledad son fundamentales las redes de cercanía, de vecindad, de barrio. Si de esta experiencia surgen barrios más cuidadores y más solidarios, habremos ganado mucho.
También nos ha servido para evidenciar una grieta, que teníamos diagnosticada, que sabíamos que existía, pero que se pone crudamente de manifiesto en las circunstancias actuales. Necesitamos digitalizar las viviendas de la población de más edad. En un momento en que las relaciones, sociales, laborales, familiares, se vehiculan a través de la tecnología, en el que sólo podríamos ver la sonrisa de nuestros nietos a través de una pantalla, en el que el seguimiento médico no se puede hacer presencialmente, en el que necesita(re)mos apps para tareas rutinarias, incluso para saber a dónde podremos ir, cuando podamos ir a algún sitio… la población sin acceso a dicha tecnología está no solo más sola sino también más aislada. Otra lección es, pues, la necesidad del desarrollo de tecnologías, más invisibles y más “usables” por parte de poblaciones no digitalizadas, que permita mantener, no sólo telemedicina y telecuidado, sino todo tipo de apoyos y sostenimiento de redes cuando no sea posible presencialmente.
La situación a la que nos hemos visto abocados como sociedad a causa del COVID 19, plantea muchísimos interrogantes en los que se refiere al desarrollo de políticas públicas, sociales y sanitarias. Creemos que es necesario extraer aprendizajes que nos ayudaran a hacer frente al reto que el cambio demográfico nos plantea en esta situación. Desde tu experiencia, ¿puedes enumerar algunos?
Esta situación nos recuerda que somos vulnerables, y esa es una enseñanza importante. Más allá de esto, una crisis epidémica como la actual no va a cambiar el escenario que nos deja el cambio demográfico. Dicho cambio es el resultado de procesos de transformación muy paulatinos, casi invisibles, pero que ocurren con gran constancia desde hace siglo y medio. Desde entonces hemos tenido diversas crisis agudas de salud, entre ellas la gripe de 1918 o dos guerras mundiales, que han dejado huellas a corto plazo, pero no han revertido la dinámica de cambio profundo a largo plazo. Esta tampoco es de esperar que lo haga. No obstante, la intersección de ambos escenarios pone de relieve algunas necesidades comunes. La más obvia es la de contar con unos sistemas sanitarios públicos fuertes que puedan hacer frente, no sólo a crisis agudas como la actual, sino, sobre todo, al día a día de poblaciones con alto grado de comorbilidad crónica. Va siendo hora, no sólo de dejar de debilitar nuestros sistemas sanitarios sino, también, de afrontar su transformación hacia un sistema de atención a crónicos, que lo haga más eficiente y más adaptado a una nueva realidad. Es fundamental, tanto en políticas sanitarias como sociales, priorizar la atención de cercanía, los servicios domiciliarios, la prevención y rehabilitación temprana, la adaptación de entornos. Va siendo hora de dejar de pretender volver a ser “poblaciones jóvenes”, como si eso nos hiciera invulnerables, y aceptar nuestra vulnerabilidad para ser capaces de gestionarla mejor.